Vengan, la comida está lista
En el evangelio de hoy Jesús nos habla del reino de Dios y nos hace entender que Dios, nuestro Padre, se está tomando todo su tiempo para preparar esta reunión: "Vengan, la comida está lista", dice el maestro a su criado, el enviado que llama a los invitados.
Vamos. Esta llamada se dirige a nosotros todos los días. Es una invitación siempre presente; "ahora", no mañana. Y nuestra respuesta debe inscribirse en la urgencia de esperar al Señor. Quiere que estemos con él, todos y cada uno de nosotros a su lado. Pero es necesario que queramos ir. Jesús nos dice que los invitados comenzaron a pedir disculpas... Nosotros también somos capaces de aceptar o no la invitación del Señor, de compartir su intimidad, de comer en su mesa. Somos libres de aceptar o de rechazar la cercanía a Dios.
Hoy, cada uno de nosotros está invitado a examinar la intensidad de su deseo primario de servir al Señor: ¿Estoy decidido a ser un buen padre como lo era antes de mi matrimonio? ¿Arde mi corazón con el deseo de servir al Señor como religiosa, como monja, con la misma intensidad que cuando di mis primeros pasos? ¿Soy consciente de mi desvío y tengo el deseo de cambiar, de aceptar la invitación del Señor?
Queridos hermanos y hermanas, somos capaces de dejar a Dios por pequeñas cosas, trivialidades y a veces banalidades. Estas son las razones que dan los que se disculpan y rechazan la invitación. ¿Por qué somos capaces de cambiar a Dios y su invitación? Por: ¿dinero, amor, placer, fama, gloria? ¿Vale tan poco Dios que lo sustituiríamos por cualquier cosa? Que nuestra respuesta a esta invitación divina sea siempre un sí, lleno de gratitud y admiración.
Señor, ¿cómo puedo saber que me estás invitando a tu mesa si ni siquiera sé cómo entender tu invitación? Enséñame a escucharte y dame un gran y siempre ardiente deseo de responder a tu llamada. Amén.
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