El Evangelio presenta la parábola del juicio final y corresponde a la parte final del quinto y último discurso que encontramos en el Evangelio según San Mateo (25, 31-46). Si en las bienaventuranzas se nos presentan las puertas de entrada para el Reino de Dios (Mt 5,3-10), la parábola del juicio final nos cuenta con claridad lo que debemos hacer para tomar posesión del Reino; atender a los hambrientos, a los sedientos, a los extranjeros, vestir al desnudo, asistir a los enfermos, visitar a los encarcelados.
Un elemento importante en la parábola es que el pastor sabe discernir. No juzga ni condena a las personas por sus actos, simplemente separa a los buenos de los malos. Es cada persona la que se condena o no acorde a su relación con los marginados y excluidos. En este juicio final, se nos mostrarán como en una película todas nuestras acciones y, en base a ellas, seremos reconocidos.
Los que son llamados “Benditos de mi Padre”, no recuerdan en qué momento hicieron el bien al Rey. Por ello el Rey les responde: “cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron”. Sorprende la identificación radical del Rey con los marginados y excluidos. Éste es el Reino de Jesucristo en el cual creemos. Bajo su juicio divino, todos estamos llamados a identificarnos con su causa y a vivir bajo su Reinado. Más que un juicio final, la parábola nos invita a vivir y a poner en práctica el amor misericordioso con nuestro prójimo.
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